Martes 05 de Noviembre de 2024

Viaje a una cocina de fentanilo del Cártel de Sinaloa

SUN

CIUDAD DE MÉXICO (EL UNIVERSAL).- La ruta del tráfico de precursores químicos ilegales para producir fentanilo en México empieza en el puerto de Shanghái, China. Bidones con estos químicos se ocultan en mercancía enviada de manera legal en buques portacontenedores. Una vez que la embarcación llega a costas mexicanas del océano Pacífico, los químicos son atados con sogas y se les coloca un sistema de ubicación satelital. Después los arrojan a mar abierto y son recogidos por pescadores que se movilizan en pangas.

“El GPS es para que los pescadores los ubiquen rápido, y una vez con los precursores en su poder, los llevan a una isla donde tenemos una pista clandestina, y dependiendo de la presencia de gobierno se entierran [los bidones] o se amontonan para, en la primera oportunidad, una avioneta los recoja y los acerque a la costa o a la ciudad”, explica un narcotraficante encargado de coordinar la llegada de precursores y quien dijo trabajar para el Cártel de Sinaloa.

Según pudo observarse durante un acceso concedido a este reportero y al medio británico Sky News, para mover la droga de forma segura el cártel vigila constantemente a elementos de la Marina y del Ejército. Mantienen una red de jóvenes monitores, llamados “punteros”, que los siguen adonde quiera que se mueven mientras van informando vía radios walkie talkie.

Por ejemplo, si los marinos van hacia donde habrá un movimiento de droga, en este caso de precursores, toda la estructura criminal se detiene el tiempo que sea necesario, incluso días. Pero una vez que se notifica que se han desplazado a otras zonas, se reinicia el tráfico.

Durante este viaje por aguas y tierras sinaloenses, al coordinador de precursores se le notifica por radio que la avioneta que contiene los químicos ya ha salido y que podemos ponernos en camino para empezar a documentar el envío.

Las personas que recogerán los precursores suben rápido a sus pangas y se inicia la ruta hacia un lugar desconocido del mar abierto. Al camarógrafo se le pide no grabar ningún punto de referencia, sólo el cielo, el mar y la panga que surca las aguas.

El recorrido en lancha tiene una duración de poco más de media hora. Al llegar al punto pueden verse los bidones alineados en un islote. La embarcación se acerca para recoger el material y transportarlos a tierra firme.

La precisión es fundamental para ellos. Los pescadores no dejan de comunicarse con los “punteros” por radio para saber cuál es el estatus de la ruta de regreso. Uno de los jefes de la estructura criminal aclara a los periodistas que si durante el regreso aparecen marinos de forma inesperada, ellos huirán a toda velocidad en sus pangas y nos dejarán a nuestra suerte donde quiera que esto ocurra. El riesgo es inminente, pero es aceptado. El informe desde tierra es que no hay nada de qué alarmarse.

Se avanza por canales rodeados de manglares. En esta ocasión, el plan les funcionó bien a los narcotraficantes: los precursores, valuados en millones de pesos, llegaron a tierra firme sin ningún contratiempo.

La panga se detiene y, en una operación de minutos, los pescadores bajan los bidones de precursores y los suben a una camioneta que los llevará a una casa de seguridad en Culiacán, la capital del estado de Sinaloa.

“No puede decirse exactamente dónde se hace esta entrega, ni el puerto más cercano de la isla, lo que sí puedo decir es que hay muchas personas vigilando que todo esté bien, e informándonos que no haya gobierno cerca”, explica el narcotraficante, un hombre que ronda los 35 años y que por motivos de su seguridad pidió que no se revelara su nombre ni su apodo.