Lunes 13 de Mayo de 2024

Don Odilón, solo y con el cielo como “su techo”

Miguel Barragán

[Huasteca Hoy]

Don Odilón es un señor de 75 años de edad que no tiene casa dónde dormir, porque hace un año se le quemó su vivienda y no ha podido repararla, así que el frío es uno de sus compañeros en estas noches de otoño, en la colonia Cerillera.

En un pequeño callejón que está casi al final de la Prolongación Porfirio Díaz, hay un serial de casas de mediana estructura, en donde estuvo alguna vez la vivienda de material de la región y tablas de Odilón de León Guerrero, un pensionado de la empresa cerillera que fue boyante hace más de 40 años en Ciudad Valles, pero que ahora es un paredón en cuyo interior se han ocupado los espacios para talleres y múltiples negocios.

Esa pequeña casa ardió en llamas hace más de un año, aunque don Odilón no lo recuerda muy bien, a pesar de que cierra mucho los ojos y hace un gesto de esfuerzo profundo para rememorar el día, la hora del suceso que le quitó su propia casa.

Solamente se acuerda que una veladora cayó en su colchón y que echó agua encima y se fue, a pasar el día como siempre, en la calle, ayudando en una tienda y recorriendo las calles, mientras la vida se pasa, cada vez más rápido.

El cochón no se había apagado del todo, supone el viejito que carga una bolsa de cacahuates y una cubeta que contenía desperdicios de los que recogen muchos para llevar de comer a los puercos. La casa se consumió completamente.

Quedó una estructura que tiene forma de empalizada que da la sensación de frente y un cuartito esquinado en el fondo del predio, donde ya no le ha interesado meterse a este anciano que suele beber alcohol, con regularidad.

Duerme con “las estrellas de cobija”

La devastación del incendio es una fotografía que se quedó fija en el callejón y ahí es donde duerme Odilón, entre trapos ahumados y maderos negros por acción del fuego antiguo. No tiene otro lugar a dónde ir. Agradece el amanecer, porque es la oportunidad de irse de ese lugar, ayudar un poco en la tienda donde le apoyan con materia en especie, porque él no quiere dinero.

Luego deambula. Bebe el alcohol que puede y regresa a lo que fue su casa, en la tarde, a cascarear algo que consiguió para comer o que compró con los casi 600 pesos a la semana que le dejó la pensión de serrar madera desde las cuatro, hasta las 10 de la mañana, cuando se fabricaban cerillos en esa parte de la ciudad. Pero nunca alcanza mucho.

Solo

No tuvo hijos, porque cuidó a su madre hasta que ésta se fue. Está solo, pero la soledad que en la juventud le era indiferente, le machuca el corazón ahora, porque se le arrasan los ojos y pide perdón por llorar, por quebrarse. “Mis respetos, mis respetos”, repite de manera intermitente, como muchas personas bebidas dicen, por si ya se metieron en problemas por el estado inconveniente en el que se encuentran.

Recordó a una hermana, María del Carmen, que vive allá por Río Bravo, Tamaulipas, pero no tiene dirección ni número telefónico, aunque le gustaría verla, para ponerse al día y para llenar las horas quizá con una charla, en la que la calle no sea pretexto para llenar la soledad. Ayer, después de realizar la entrevista, el termómetro bajó a 10 grados centígrados y don Odilón dormiría en ese esqueleto de casa que el fuego le había heredado.