Domingo 19 de Mayo de 2024

Domingo y su breve paso por la ceguera

Miguel Barragán

[Huasteca Hoy]

Domingo Martínez es el único hombre que se quedó ciego casi al cien por ciento y siguió trabajando sin decirle a nadie de su condición, que le duró más de tres meses. Esta es la historia.

Cuando estaba por terminar enero de 2011, Domingo tenía 46 años de edad y de repente un día ya no vio otra cosa que no fuera la incandescente luminosidad del sol o bultos borrosos que hablaban o que circulaban en las calles. Parcialmente ciego, siguió yendo a trabajar en su interminable labor de contratista de obra o taumaturgo de la obra casera: plomero, electricista, carpintero, especialista en tabla-roca, electricista, vidriero, cancelero y todo lo que una casa o un edificio lleve en su interior.

Pidió ayuda a su esposa y a sus hijas, que lo conducían a la parada del autobús y después de encomendarlo a Dios, lo despedían. El nuevo ciego, sabía que tenía que bajar en la esquina de Galeana y Abasolo, porque esa es la última parada del autobús y porque de oídas, se enteraba que la mayoría de las voces (la gente se convirtió en sonido, no en rostro), se bajaban en ese lugar.

— ¿Cómo le hacías para caminar en el centro de la ciudad?

— Calculaba. Ya sabía dónde estaban las tiendas y ferreterías. Ya nada más a puro tiento me la iba llevando, pero eso sí, tardaba más de la cuenta en hacer los encargos y trabajos.

Diabetes

La glucosa afecta las venas más pequeñas del cuerpo, por eso los diabéticos que no siguen un tratamiento, comienzan a perder la vista. Domingo no sabía que sufría de esa enfermedad, quizá por las estoicas malpasadas que se pegaba, por terminar a tiempo y por el trabajo ininterrumpido. Aunque sintió molestias en la vista desde tres meses antes de su ceguera parcial, él creyó que era una condición pasajera.

Un día, la finada doctora Diva Gayosso le encargó un trabajo de los múltiples encargos que le hacía y él, como pudo llegó con ella y le explicó lo que le pasaba. Ella le facilitó a dos jóvenes empleados para que le ayudaran y fueran sus ojos. Así que él daba instrucciones, y los jóvenes medían y ajustaban lo que fuera necesario, por él.

Solamente en el trabajo le asistían, porque después de la chamba, andaba por su cuenta. Caminaba solo por las calles de la ciudad y tomaba el bus en el mismo lugar, guiándose por las voces de las personas que él conocía, para no errar a la hora de abordar. “El trabajo es terapia. Uno nunca debe dejar de trabajar, porque es cuando se va para abajo”.

La dosis conveniente

Aunque los médicos le recetaban medicina para bajar sus niveles de glucosa, había un inconveniente: al bajarle el azúcar, él perdía fuerza y ganaba somnolencia, así que, al contrario de las prescripciones médicas, comenzó a medir las dosis para obtener las suficientes energías y seguir trabajando, aunque su vista se limitara solamente a objetos borrosos, irreconocibles.

Ya para mayo, comenzó a recuperar la vista, poco a poco, hasta que quedó de nuevo, igual que como estaba, antes de enero de 2011.

“Obviamente, cuando no veía, perdía mucho dinero al entregar tarde los trabajos, pero no quise darme por vencido y no dejé de trabajar”, concluye orgulloso.