Lunes 06 de Mayo de 2024

Colegio Rébsamen, epicentro de la tragedia

Cadenas humanas remplazan vallas metálicas en las labores de rescate de víctimas del terremoto que sacudió a la CDMX y donde otros miraban a lo lejos cómo sus amigos, hijos o familiares eran sacados de los escombros.

(El Universal)

CIUDAD DE MÉXICO.- Son 2:10 de la mañana, los lazos y cadenas de personas han sido reemplazados por vallas metálicas para mantener a la gente presente a un lado y así permitir el ingreso de maquinaria, camiones y polines de madera.

Más de 10 ambulancias de encuentran a media calle de la escuela Rébsamen a la espera de que sean requeridas. Militares, policías, rescatistas y gente que viene a dejar agua, galletas, tortas, cobijas y café, entran y sale del lugar esperando lo mejor y con la idea de rescatar a más personas atrapadas.

“Son cuatro amigos los que están dentro, ya sacaron el cuerpo de tres y sólo falta el de mi tío”, dice uno de los voluntarios a punto del llanto sin querer dar su nombre.

La esperanza de encontrar a más niños y personal que laboraba en la escuela disminuye pero no así sus ganas de seguir luchando por sacarlos de los escombros. Caras de pesadumbre y preocupación son la constante en esta parte de la ciudad.

Un grupo de scouts se encarga de decirle a los presentes que informen a todos los que puedan que siguen siendo necesarias distintas cosas: desarmadores planos, serruchos, ceguetas, palas, picos, tijeras de lámina, cascos, lámparas de emergencia y plumones, lo que más urge en el momento.

No son sólo estudiantes los que se encuentran atrapados entre los escombros de esta escuela que el día de ayer le ha tocado sufrir las consecuencias del temblor.

También personal de limpieza se encuentra entre las personas que luchan por su vida.

“Allá adentro está mi hermana Jessica Laura Castrejón Hernández, tiene 32 años. Ahorita dice una miss que le mandó un mensaje que está atrapada debajo de las escaleras con dos niñas, ella trabaja de limpieza”, explica su hermana Sandra Lízbeth, quién está en este lugar desde las dos de la tarde con la esperanza de que le den noticias de ella.

Intenta no llorar ni perder la fe de que su hermana librará este trago amargo. “Me mandaron a la delegación aquí de Tlalpan a reconocer unos cuerpos pero no están. Hay dos amiguitas que yo tenía también aquí trabajando, pero el de ella no está. No trae celular ella, una niña es la que creo que le está prestando el teléfono”, comenta, además de tener a su padre ya mayor como parte del equipo de los voluntarios.

Una bolsa con tortas, una botella de agua y la ilusión de que esté con vida, son su único motor en la madrugada.

Los presentes corren, gritan y agradecen a los que siguen aquí, pidiéndoles que además de compartir la lista de cosas que se necesitan, se mantengan fuertes, algo que más que ver con la fuerza física se entiende que es un mensaje de apoyo a lo que sienten en estos momentos de dolor.

Mientras unos lloran y se abrazan, otros cargan cosas, mueven botellas, piden palas y picos para seguir en su labor.

Son las 3:00 de la mañana y su noche parece que apenas empieza para los que están aquí.

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