Viernes 29 de Marzo de 2024

Renegociar el TLC en tiempos de Trump y Peña Nieto

Porfirio M. López. La agenda de Estados Unidos hacia México desde que llegó Donald Trump a la Casa Blanca ha transitado entre una verborrea matutina anclada en “tuitazos”, apalancada por la idea populista de construir un muro en la frontera para evitar la entrada de ilegales y en una renegociación del Tratado de Libre Comercio. […]

Porfirio M. López.

La agenda de Estados Unidos hacia México desde que llegó Donald Trump a la Casa Blanca ha transitado entre una verborrea matutina anclada en “tuitazos”, apalancada por la idea populista de construir un muro en la frontera para evitar la entrada de ilegales y en una renegociación del Tratado de Libre Comercio. Ante ello el gobierno del presidente Enrique Peña Nieto ha respondido en la mayoría de las ocasiones con comunicados diplomáticos, con declaraciones reservadas, con cambios en Relaciones Exteriores y con reuniones bilaterales con la finalidad de no dar por terminado el intercambio comercial que alcanza aproximadamente los 500 mil millones de dólares anuales.

En esa cifra está el beneficio o lo grave de la renegociación según se quiera observar. Hace más de 20 años que se firmó el TLC se dijo que ese mecanismo nos pondría en la ruta del desarrollo, del crecimiento, de la competitividad frente a Estados Unidos y Canadá. Con el paso de una generación de reformas hemos sido testigos que los beneficios anunciados no llegaron a todos por igual. México que era el socio más débil del TLC hace dos décadas, sigue siendo el más perjudicado.

De muy poco ha sido beneficioso que México tenga una de las economías más abiertas del mundo, doce tratados de libre comercio con cuarenta y cuatro países, pero el crecimiento económico sigue siendo mínimo, la pobreza en entidades del sur es igual que hace una generación, la corrupción gubernamental es un lastre histórico, el sector energético apenas se liberó y aún no se observan resultados, la criminalidad ha aumentado en diversas regiones y la educación apenas intentará que los estudiantes en formación básica tengan maestros de calidad para los próximos veinte años.

A Estados Unidos le seguimos vendiendo como hace décadas petróleo crudo, productos agrícolas como aguacate y recientemente los últimos tres gobiernos federales han presumido las ventas del sector automotriz y sus derivados que se ensamblan en diversas zonas industriales del norte, centro y bajío mexicano se han venido presentando como un gran logro para la economía mexicana, pero que no se ha traducido en bienestar social para los más de 55 millones de mexicanos que viven en línea de pobreza según informes del Consejo Nacional de Evaluación de la Política de Desarrollo Social (Coneval).

Hoy para la renegociación comercial el panorama es desalentador por ambas partes. Mientras el gobierno de Donald Trump enfrenta severas presiones internacionales dado su peculiar estilo de gobernar la nación más poderosa del mundo, a ello hay que sumar su constante rotación y crisis de prominentes miembros del gabinete, que los congresistas estadounidenses han revertido sus polémicas declaraciones y promesas de campaña, además de una impopularidad social a cuestas. En el lado de Trump no será fácil, ni rápido que el TLC pueda ser renegociado desde una posición estadounidense tan polarizada.

En contraparte en México el gobierno de Enrique Peña Nieto tampoco goza de reconocimiento social, mantiene una crisis de seguridad pública que hará que su gobierno termine con estadísticas más crueles que el anterior gobierno federal, las reformas prioritarias como la energética y la educación aún están en la etapa de implementación, la corrupción representada por más de una decena de gobernadores, la mayoría emanados del partido en el gobierno, además de una desigualdad social son panoramas que juegan en contra de una renegociación seria y contundente.

Trump no puede acabar con el TLC por decreto o mediante un “tuit” tiene que hacerlo mediante vías diplomáticas. En ese sentido habrá que observar que papel desarrollan sus hombres de Estado, si no es que antes se le ocurre al magnate pedir su renuncia. Trump como hombre de negocios lo puede posponer hasta que Estados Unidos ordene su mercado interno, hasta que él baje el nivel de sus intrigas familiares e intente administrar problemas de más calado como la situación en Medio Oriente, conflictos militares o su relación con países europeos como Alemania.

Del lado mexicano, el gobierno de Peña Nieto con la presión política encima por la sucesión presidencial del año siguiente intentará meter velocidad a la renegociación para que ello signifique un logro del gobierno priista y no dejarlo al próximo presidente electo. Y ese escenario es complejo dado que históricamente Estados Unidos siempre ha postergado sus problemas en el sur y ha movido sus piezas comerciales en razón de las pasiones políticas que se suscitan sexenalmente en México.

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